Salmo 42:1-2
1 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
2 Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?
Sed del Dios Vivo
A medida que avanzamos en este camino de ayuno, el cuerpo se debilita, pero el espíritu comienza a afinar su oído y a intensificar su clamor. El alma, que quizás en los primeros días estaba distraída, ahora empieza a experimentar un hambre más profunda… pero no de pan, sino de Dios mismo.
El salmista compara su necesidad de Dios con la de un ciervo sediento buscando desesperadamente agua. No es un deseo superficial, es una necesidad vital. Así como el ciervo no puede sobrevivir sin encontrar esas corrientes de agua, el creyente no puede vivir sin la presencia del Dios vivo.
En este cuarto día, el Señor quiere llevarte a un nivel más íntimo de búsqueda. Ya no solo vienes rendido, ya no solo reconoces tu debilidad, ni simplemente te alimentas de Cristo como Pan… ahora tienes sed de Su presencia, de Su voz, de Su gloria.
El ayuno no es solo abstinencia; es una declaración espiritual:
“Señor, tengo sed de Ti más que de cualquier otra cosa.”
Una sed que transforma
Cuando tienes sed de Dios, tu oración cambia. Ya no solo pides cosas, sino que clamas por Él. No se trata de que Dios te dé algo, sino de que Él sea tu todo. Y es en ese lugar de anhelo donde Él responde con derramamiento, con revelación, con transformación.
Este es un día para buscar Su rostro y no solo Su mano. Para decir como Moisés:
“Si Tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Éxodo 33:15).
- Haz silencio. Apaga distracciones y deja que el alma clame.
- Escribe lo que Dios te está mostrando. El alma sedienta escucha más claramente.
- Recuerda que no ayunas para conseguir, sino para conocer.
No temas el vacío: el alma que clama, será saciada. El corazón que busca, será llenado.
Señor, hoy reconozco que tengo sed de Ti. No de respuestas rápidas, no de bendiciones pasajeras, sino de Tu presencia viva. Como el ciervo que busca el agua, así mi alma te anhela. Lléname, Espíritu Santo. Haz que mi corazón arda por Ti más que por cualquier otra cosa. Que este día de ayuno despierte en mí un deseo inagotable por Tu rostro. Te quiero más que al alimento, más que al sueño, más que al descanso. Te quiero a Ti, Dios vivo. Amén.
