2 Corintios 12:9
9 Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
La fortaleza en nuestra debilidad
El segundo día del ayuno suele ser un reto. El cuerpo empieza a sentir la ausencia de lo que antes consideraba necesario, y el alma se confronta con sus propias fragilidades. Es en este punto donde muchos desisten, pero también donde Dios empieza a obrar de manera más profunda.
El apóstol Pablo conoció lo que era sentirse débil, limitado y quebrantado. Sin embargo, descubrió un principio espiritual poderoso: en la debilidad humana, se manifiesta la fortaleza de Dios. Ayunar es reconocer precisamente eso: que solos no podemos, que nuestra carne se resiste, pero que dependemos de una gracia mayor que sostiene, levanta y fortalece.
Hoy, al enfrentar este día de ayuno, probablemente sentirás el peso de tu humanidad. Tal vez quieras desistir, tal vez pienses que no eres lo suficientemente fuerte. Pero es en ese momento donde debes recordar que no se trata de tu fuerza, sino de Su poder. El ayuno no busca exaltarte a ti, sino a Dios en ti.
Permite que la gracia de Cristo sea tu alimento y que Su presencia sea el agua que sacia tu sed. No te enfoques en lo que dejas de hacer o de comer, sino en lo que Dios está formando en tu corazón: humildad, dependencia y fe.
Señor, reconozco mi debilidad y mi fragilidad, pero también confieso que Tu gracia es suficiente para mí. Que este día de ayuno sea un recordatorio de que no dependo de mis fuerzas, sino de Tu poder que me sostiene. Amén.
