Apocalipsis 2:4-5
4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.
5 Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.
Cuando conocemos a Jesús, nuestro corazón se llena de gozo y pasión por su presencia. Oramos con fervor, meditamos en su Palabra con hambre espiritual y anhelamos cada momento en su compañía. Sin embargo, con el paso del tiempo, es fácil caer en la trampa de la rutina. Sin darnos cuenta, nuestra relación con Dios se vuelve un hábito más en nuestra agenda: asistimos a la iglesia por costumbre, oramos de manera automática y leemos la Biblia sin profundidad. Perdemos el asombro y el deleite de su presencia, reemplazándolo con una fe monótona y superficial.
Esto fue precisamente lo que ocurrió con la iglesia de Éfeso. Jesús los elogió por sus obras, su arduo trabajo y su perseverancia (Apocalipsis 2:2-3), pero luego les hizo una seria advertencia: habían dejado su primer amor. No se trataba de que hubieran abandonado la fe, sino que su relación con Dios se había enfriado. Hacían todo correctamente, pero sin el amor y la pasión del principio.
Un claro ejemplo de esto en la Biblia es la historia de Marta y María en Lucas 10:38-42. Marta estaba ocupada con los quehaceres, sirviendo a Jesús y asegurándose de que todo estuviera en orden. En cambio, María eligió sentarse a los pies del Maestro y escuchar sus palabras. Marta hacía cosas buenas, pero su enfoque estaba más en el servicio que en la relación con Jesús. Esto es lo que nos puede ocurrir cuando la rutina toma el lugar de una búsqueda genuina.
¿Te has sentido así alguna vez? ¿Lees la Biblia sin emoción, oras por costumbre o sientes que tu relación con Dios ha perdido frescura? Jesús nos llama a recordar de dónde hemos caído, a arrepentirnos y a volver a nuestro primer amor. Él no solo quiere nuestra obediencia o servicio, quiere nuestro corazón apasionado por su presencia.
Hoy es un buen día para hacer una pausa, reflexionar y decidir volver a Dios con un amor renovado. No permitas que la rutina te aleje de la pasión por Jesús. Busca su rostro con el mismo anhelo con el que lo hiciste la primera vez.
En este tercer día de ayuno, digámosle Señor, perdóname si he permitido que la rutina enfríe mi amor por ti. Ayúdame a recordar la alegría de estar en tu presencia y a buscarte con un corazón apasionado. Aviva el fuego en mi vida y llévame de regreso a ese primer amor. Amén.
