Juan 14:15-16
15 Si me amáis, guardad mis mandamientos.
16 Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre:
El amor verdadero se demuestra en la obediencia. Jesús nos enseñó que amarle no es solo decirlo, sino vivir conforme a su voluntad. No obedecemos por obligación, sino por amor. Y en ese caminar, Dios no nos dejó solos ni nos pidió algo imposible. Él envió al Espíritu Santo, el Consolador, para guiarnos, fortalecernos y recordarnos que su presencia está con nosotros cada día.
Anhelamos al Espíritu Santo porque sabemos que sin Él no podríamos vivir en santidad ni conocer realmente el corazón de Dios. Es Él quien nos consuela en la aflicción, quien nos recuerda las promesas de Dios cuando la duda nos invade, quien nos guía cuando no sabemos qué hacer y quien nos fortalece cuando sentimos que no podemos más. No estamos solos, su presencia en nosotros es real y nos da la seguridad de que Dios sigue obrando en nuestras vidas.
El Espíritu Santo transforma nuestro corazón y nos ayuda a caminar en obediencia. Nos guía a la verdad cuando el mundo nos llena de mentiras, intercede por nosotros cuando nuestras palabras no son suficientes y nos llena de su fruto, moldeando nuestro carácter para reflejar a Cristo. Amar a Dios es obedecerle, y obedecerle es confiar en que su Espíritu Santo nos llevará por el camino correcto, sosteniéndonos con su amor perfecto.
En este cuarto día de ayuno digámosle al Señor, hoy vengo delante de Ti con un corazón que desea amarte en obediencia. Gracias por el regalo del Espíritu Santo, porque no me dejaste solo en este caminar. Abre mis oídos espirituales para escuchar su voz, enséñame a depender de su guía y a descansar en su consuelo. Que mi vida refleje tu voluntad y que mi obediencia sea una respuesta genuina de amor hacia Ti. En el nombre de Jesús, amén.
